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En los desiertos del norte de México, detrás de los muros de la prisión estatal de Piedras Negras, se ocultaba un templo de la muerte. Un campo de exterminio al servicio del cártel de Los Zetas. Allí, ante el silencio de una autoridad sometida, esta organización criminal formada por adoradores de la Santa Muerte arrastraba a sus víctimas del exterior, las torturaba, despedazaba y eliminaba. Al menos 150 personas cayeron en ese túnel del horror que ahora, cuatro años después de su desaparición y tras las primeras detenciones, ha emergido a la luz.
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