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Muchos de los más célebres científicos de la historia consiguieron sus mayores logros cuando todavía eran muy jóvenes. Esperemos que no sea el caso de Michael Smith, estudiante de postgrado de la Universidad Cornell, especializado en el comportamiento y evolución de las abejas. Su momento eureka llegó cuando una abeja con las que trabaja se coló bajo sus pantalones cortos y le picó en los testículos: a partir de esa epifanía, decidió investigar cuál sería el punto de la anatomía humana donde más dolor provocaría el aguijón de una abeja. Su trabajo, en el que usó su propio cuerpo como laboratorio, le ha valido el premio en la categoría de Fisiología y Entomología en la ceremonia de los Ig Nobel, la versión gamberra de los sacrosantos Nobel que se entrega cada año, entre risas, en la Universidad de Harvard.
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