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Con una cánula de oxígeno en la nariz y una sonda de suero en el brazo, Carlos Sánchez yacía en el asiento trasero del Honda sedán con la cabeza apoyada en el regazo de su esposa. El vendedor de tacos de 36 años tenía tres balas alojadas en el cuerpo y gritaba de dolor cada caían en un bache en la carretera esa noche que iban rumbo a Iguala. Espera, su primo Armando le rogaba, sólo faltan 10 minutos más para llegar al hospital.