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En los últimos días he tratado de entender los argumentos de quienes han decidido no inmunizar sus hijos. Ninguno me ha convencido en lo más mínimo, pero enumerémoslos en un ánimo meramente didáctico. Primero hay quien dice que vacunar a los niños es hacerle el juego a la gran industria farmacéutica. De acuerdo a esta particularísima teoría de la conspiración, la industria de la vacunación no tiene como objetivo la erradicación de las enfermedades infecciosas sino un perverso ánimo capitalista en el que lo único que importa es el negocio. Peor todavía: hay quien dice que las vacunas están diseñadas no para eliminar enfermedades sino para perpetuarlas, en un afán de proteger el negocio farmacéutico. Para estos padres, la manera ideal de castigar a la “rapaz” industria farmacéutica es negarle la inmunización a sus hijos. Quizá, pienso, sería bueno que, con esa misma intención justiciera, se negaran a la aplicación de anestésico alguno la próxima vez que pasen por el quirófano. Total: la anestesia también es producto del monstruo farmacéutico.
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El peligroso mundo de los anti-vacunas