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or momentos, el camino abandonado que atraviesa el bosque resulta casi indiscernible, cubierto de restos de árboles caídos, enredaderas, hojas y musgo que se abre paso en las grietas del resquebrajado asfalto. Es mejor evitar el musgo, nos dice nuestro guía, Artur N. Kalmykov, un joven ucraniano cuyo hobby es explorar la zona de exclusión establecida a perpetuidad en los alrededores del reactor nuclear de Chernobyl después de la catástrofe de 1986. Dice que al crecer, el musgo trae a la superficie la radiación contenida bajo tierra.
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