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Disparar un arma de fuego se ha convertido en un lujo. Las balas son caras, un dólar cada una. Y ahora que circula menos efectivo en la calle, los robos ya no son tan rentables como antes. La inflación disparada alcanzó un millón por ciento el año pasado, haciendo el bolívar local casi inútil a pesar de que los cajeros automáticos tampoco podían dar más del equivalente a un dólar. La grave escasez de comida y medicinas ha llevado a unos 3.7 millones de personas a buscar mejores perspectivas en lugares como Colombia, Panamá y Perú, en su mayoría hombres jóvenes, el tipo de persona al que intentan reclutar las pandillas. Y los días de trabajo suelen verse interrumpidos por huelgas nacionales.
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