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Seamos sinceros: si las protestas no incomodan, no violan reglamentos o disposiciones legales, como obstruir el tráfico, suspender labores, impedir el libre acceso a una oficina, etcétera, no tienen efecto. Un grupo que se manifiesta “civilizadamente” (un concepto por demás ideológico) no se le tomará en cuenta ni habrá prisa por resolverle sus demandas y, más aún, las autoridades y los medios terminaran por invisibilizarlos. La protesta nace de un conflicto no resuelto, de una injusticia o simplemente de visiones encontradas en las que las minorías o los más débiles no encuentran un cause institucional para resolver sus demandas. El problema surge cuando la protesta se vuelve o bien un modus vivendi o bien una forma de desestabilizar políticamente. En el primer caso, el manifestante profesional, ya no es la causa lo que mueve sino un efecto que se busca; los manifestantes profesionales ponen sus conocimientos al servicio de una causa a la que ofrecen lograr ciertos resultados. En el segundo, el objeto de la marcha o plantón ya no es una demanda específica sino generar condiciones de inestabilidad en un sistema para obtener mejores condiciones de negociación.