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Poco tiempo antes que ella y su familia se ocultaran, Ana Frank le dio algunos de sus juguetes a una amiga para que se los guardar: una lata de canicas, un juego de té y un libro.
Anna jugaba regularmente con Toosje Kupers en las calles de su vecindario en Ámsterdam y le encomendó a su amiga la tarea de cuidar sus posesiones más preciadas.