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Mientras sus padres ven la televisión en el salón de casa, Melanie —jienense de 32 años— se desviste y cobra un euro el minuto por enseñar su cuerpo en la habitación de al lado. Ellos creen que su hija lleva en paro dos años, cuando dejó su trabajo de secretaria administrativa. Pero en el momento en que corre el pestillo de su puerta, se convierte en BichitaXXX, una de las espontáneas estrellas españolas de la webcam erótica, la modalidad del porno que mejor ha resistido en tiempos de crisis y a la que se ha agarrado la industria para sobrevivir. Es en directo y no se puede piratear. Una práctica cada vez más extendida que ha encontrado su vuelta de tuerca en webs como Chaturbate o MyFreeCams, donde miles de personas anónimas colocan una cámara en su casa y obtienen ingresos extra por mostrar escenas de sexo: solos, con sus parejas o incluso simplemente bañando a su perro desnudos. Algo así como el porno en la era de la economía colaborativa, donde todo lo doméstico tiene un precio.
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