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Un día después de que el primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, anunciara el final de la moratoria de siete años en las ejecuciones, el año pasado, Sabir Masih encontró su casa rodeada de paparazzi en la ciudad de Lahore. El verdugo, de 32 años, había tenido encuentros con reporteros y cámaras antes, y no hubiera tenido problema en compartir sus opiniones sobre la vuelta de su país a las ejecuciones ante las cámaras, pero ese día iba mal de tiempo.
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