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De vez en cuando, vas de visita a casa de algún conocido y al cruzar la puerta, sin esperarlo y a traición, te explica que en su casa no usan zapatos. Así que te descalzas tratando de no poner cara de compromiso, dejas los zapatos en ese diminuto zapatero que siempre tienen en la entrada y te dispones a pasar el resto de la velada en pantuflas. Y no importa que esa noche fueras monísimo de la muerte, las zapatillas son siempre siempre siempre más feas que Picio.
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