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Las cicatrices son tangibles en cuello, orejas, espalda y manos. Fueron golpes, quemaduras, torturas y abusos que Alejandra vivió desde hace dos años. Su historia llegó por casualidad a la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal el domingo pasado. Ella, ansiosa de querer terminar con el encierro en el que la tenían los dueños de una planchaduría, aprovechó que tenían una fiesta para huir. Lo hizo con las pocas fuerzas que le dejaban los trabajos por más de 12 horas, el malcomer una vez al día, dormir apenas lo necesario y recibir diariamente golpes con objetos pesados.
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