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Al terminar la reunión solo se respiraba decepción. Los nuevos directivos de Pemex acababan de visitar en Nueva York a los principales bancos y fondos de inversión con intereses en la petrolera. La plana mayor de Wall Street escuchaba ávida los planes de los designados por Andrés Manuel López Obrador para llevar las manijas de la empresa pública, otrora joya de la corona mexicana y hoy agobiada por las deudas y una producción declinante. Pero algo no había salido bien: los financieros, según cuentan quienes siguieron de cerca la cita, quedaron “muy poco tranquilos” con lo escuchado. No vieron claridad en la estrategia para sacar del hoyo a Petróleos Mexicanos, la petrolera más endeudada del mundo —107.000 millones de dólares, con un calendario de repago retador— y asediada por las amenazas de degradación por parte de las agencias calificadoras.
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