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¿Por qué se equivocaron las encuestas electorales? ¿Qué tanto se equivocaron? ¿Todas se equivocaron? ¿Ejercieron un efecto claro y definitivo en los resultados electorales? ¿Confundieron a los ciudadanos? Éstas y muchas otras preguntas, que son variaciones sobre el mismo tema, han propiciado mucha discusión en las semanas que siguieron al proceso electoral. Sin lugar a dudas, y al margen de cualquier militancia política, la discusión pública se hace necesaria. Abordo el tema desde varios puntos de vista. Primero: ante el evidente yerro de la mayoría de las encuestas publicadas resulta una verdad de Perogrullo decir que hay que hacer un análisis sobre por qué fallaron. Resulta indispensable separar “errores de buena fe” de aquellos malos resultados que pudiesen llevar una intención. Esto exige análisis científicos serios y multidisciplinarios, lingüistas, sociólogos, politólogos, demógrafos y matemáticos, entre otros, deberían hacer estudios al menos en cuatro aspectos: a) análisis del cuestionario (planteamiento de las preguntas); b) análisis de la muestra seleccionada (aspectos técnicos); c) auditoría al trabajo de campo, esto es, fidelidad o confiabilidad en el proceso de levantamiento de la muestra y, por último, d) estudio de los resultados y de la ponderación de los mismos, es decir, interpretación y asignación de quienes no contestaron o bien se reconocieron indecisos.
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