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Un día Paulina Bobadilla recorría con su hija Javiera un camino de montaña y por un momento pensó en acabar con la vida de ambas. No soportaba ver sufrir a su niña, quien padece de epilepsia refractaria, un mal que no responde a los anticonvulsivos tradicionales. Los anticonvulsivos, de hecho, le causaron a Javiera vista tubular (como caballo con anteojeras), daños en la tiroides e insensibilidad al dolor.