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Shirley Shepard es la primera en la cola que se forma cada mañana para entrar en el tribunal federal de Brooklyn. Madruga para tener el mejor sitio en la sala donde se juzga a Joaquín El Chapo Guzmán. Le acompaña siempre su hija Andrea. El narcotraficante mexicano las saluda cuando aún no ha tomado asiento en el banquillo de los acusados, como si buscara ganarse su simpatía. Sabe que será el protagonista de sus dibujos, la única memoria en imagen que hay de lo que pasa en el interior de la corte presidida por Brian Cogan. Las cámaras no pueden entrar. El magistrado pone un límite a las ilustradoras: que no aparezca el jurado ni los testigos que temen por su vida.
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