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En la habitación donde nació Juan Rulfo hay colgado en la pared un cristo de madera, sin ombligo ni pezones, clavado en una cruz de tres metros. “Es un cristo agonizante –dice el hermano Bruno– Nos enseña a afrontar el sufrimiento con serenidad, fe y silencio. A esta sala venimos a rezar. Somos una oración viviente”.
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