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Eran minutos antes de las ocho de la mañana y el reflejo del sol creaba brillos en el lodazal de lo que alguna vez fue la cancha de fútbol del Reclusorio Norte. Aquella mañana de agosto de 2016, un puñado de reclusos trotaba alrededor del fango. Sobre las gradas, catorce bultos estaban cubiertos por mantas delgadas de diferentes colores. Eran prisioneros que durmieron a la intemperie, fuera de sus dormitorios, en una cárcel que tiene una sobrepoblación de más del 60%. Algunos mordisqueaban un pan dulce como desayuno. Otros, los más, prendían a esa hora el primer porro del día. Así el arranque de la jornada en una de las prisiones más grandes de la capital mexicana.
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Facso, 7 years ago
Que viva el libre mercado.