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Don Irineo Nava asoma la cabeza de la casucha de paredes de cartón donde vive. Desde afuera se alcanza a ver un camastro tendido con un sarape y el piso de tierra. También hay una hamaca colgada del techo de lámina. El patio está salpicado de piedras de todos tamaños y tres perros gruñen desafiantes. En la parte alta del cerro donde se yergue la casa, rocas inmensas penden, amenazantes, al capricho de la gravedad. Metros más arriba, siete fosas clandestinas fueron el destino, hace dos semanas, de 10 cadáveres; autoridades las descubrieron hace un par de días.
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