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En la actuación, tanto cinematográfica como teatral y quizá también en la vida misma, si creemos en la intuición de ciertos dramaturgos y filósofos que han considerado esta realidad "el gran teatro del mundo", improvisar es una de las habilidades que distinguen a los buenos de los malos actores, al genio de escena de aquel que solo se apega a los lineamientos dados y conocidos. Improvisar y, contra todas las probabilidades, obtener un buen resultado, admirable incluso, es la diferencia entre destacar o quedarse entre las docenas de personas que conforman el reparto regular.
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